miércoles, 9 de julio de 2008

CONTENIDO

• Violencia o diálogo, Enrique Olivera.
• Dos artículos de Joseph E. Stiglitz: Todo el mundo busca recetas contra la crisis y el fracaso de las metas de inflación.
• Capacidades competitivas, Octavio Ramírez Rojas.
• El oxígeno de Ingrid, Jorge Mejía Martínez.
• Carimagua: Otra misión inútil. Cecilia López Montaño.
• Pobre análisis económico. César González Muñoz.
• El buen manejo de la economía o la economía al garete. Juan Manuel López Caballero.
• Las tres crisis, Ignacio Ramonet.
• Legislatura en trámite, Amylkar Acosta Medina.





Violencia o diálogo


Enrique Olivera, LA NACION, Buenos Aires, julio 5 de 2008.
El clamor popular por el diálogo se oye como nunca antes en nuestro país. Es un buen indicio; finalmente, la historia nos persuadió sobre los riesgos de su ausencia. Pero también es una alerta que arrastra consigo un peligro: repetir demasiado una palabra puede despojarla de su significado y convertirla en puro significante, en un slogan vacío.
Definido por oposición: ¿qué es lo contrario al diálogo? Ni el silencio ni el malentendido ni la incomunicación; éstas son ausencias o falencias de un diálogo implícito, potencial.
Lo contrario al diálogo es la violencia, que no admite matices, que es total, y no relativa, y que se desata explícitamente. Se ha dicho: "Hay que armarse". Se conminó a una "rendición incondicional". Así las cosas, unos piden diálogo; otros piden guerra, y la escalada sigue.
En la historia de la humanidad, la violencia fue el método habitual de resolución de conflictos. Con el tiempo, terminó siendo, al menos en el consenso teórico, no el primer recurso, sino el último. Para el hombre de las cavernas, era natural matar en la disputa por un alimento. Luego apeló a soluciones mágicas o místicas. "En lugar de confrontar hasta matarnos, apelemos al saber divino, mágico que nos resuelva el conflicto." En ese marco se inscribe la ordalía: la prueba de Dios que define verdad. También se recurría al oráculo o al duelo: a matar o morir por la verdad unívoca.
El gran salto lo dan los griegos, cuando proponen resolver los conflictos con un encuentro en la palabra, en el logos : transformación cultural por excelencia que se concreta empíricamente en el diálogo. Desde entonces, la violencia pasa a ser un recurso de segunda instancia.
El diálogo es, pues, el origen mismo de la democracia; en definitiva, un procedimiento de resolución de conflictos basado en la argumentación dialéctica de posiciones antagónicas que puedan dar lugar a una alternativa superadora y compartida. A este debate debe abocarse hoy el Congreso Nacional, empezando por la bancada oficialista, que tiene la responsabilidad por ser mayoría.
¿Es ingenuo apelar al diálogo para la resolución de conflictos cuando todas las partes sufren pérdidas en el enfrentamiento, que además convoca y alimenta nuevos demonios y conspiraciones hasta hacerlas reales?
No es ingenuo, siempre y cuando se tenga en cuenta que los conflictos suelen exceder la racionalidad, pues los componentes emocionales son a menudo decisivos. Por eso, las diferentes escuelas de resolución pacífica han puesto énfasis tanto en la identificación de los intereses que hay detrás de las posiciones como en el cambio en la narrativa que cada parte hace del conflicto. La Presidenta lo comprendió cuando pasó del "piquete de la abundancia" a una narración más equilibrada. Lamentablemente, aquella iluminación fue fugaz y la decisión actual, tardía.
Los diálogos cívicos multiactores, que tienen una lógica particular, también han demostrado fecundidad, como el desarrollado en Sudáfrica para facilitar la transición a la democracia.
"Todo o nada" está lejos de constituir una elección "razonable". La verdad cívica ya no es vertical, lineal, divina, descendiente del cielo ni de los enfoques positivistas. Las decisiones de hoy, de los argentinos y del mundo, deben reconocerse horizontales, como lo demuestra la evolución de las instituciones.
La participación es, en todo sentido, el paradigma que expresa esa horizontalidad. Se visibiliza en las protestas, en los conflictos, en los partidos políticos.
Las nuevas tecnologías modelan las contingencias sociales y sectoriales. La horizontalidad -y no la verticalidad ni la transversalidad- es el signo de los tiempos. En la horizontalidad ya no somos meros habitantes o consumidores, sino ciudadanos.
Ciudadanos en tiempo real, que reclaman un diálogo fundamentalmente razonable, incluso antes que racional, en el marco institucional.
La verdad no está en las respuestas, sino en las preguntas; los griegos, también aportaron, con la mayéutica, un elemento para comprender la sinergia del método que remite básicamente al ejercicio del diálogo.
Sin duda, quien debe abrir hoy ese camino interrogativo al encuentro de una verdad compartida es el Poder Legislativo. Su representatividad le confiere, en consecuencia, una responsabilidad indelegable al respecto.
El conflicto en sí mismo no es bueno ni malo. Si Copérnico no hubiera confrontado algunos conflictos se le habrían evitado a la humanidad, pero seguiríamos creyendo que la Tierra es el centro del universo.
Las claves están en el planteamiento del conflicto y en su desarrollo madurativo. Si se omite el diálogo, se obstruye la maduración, que conduce a la resolución.
Frente al verticalismo, que omite toda opinión y simplemente ordena, o frente a la transversalidad, que elige verticales sutiles y evita maníacamente todo disenso, nos queda el diálogo, ese ejercicio capaz de construir realidad e incluso de fecundar la verdad.
Estamos ante el record histórico de dos presidencias consecutivas, cuyos titulares no concedieron nunca un reportaje político: todo un síntoma del monólogo que, peligrosamente, comienza a hacer metástasis en el tejido social.
La intervención, ya se ha dicho, estaba en manos del Poder Ejecutivo, y ahora en las del Parlamento Nacional, que debe asumirse como genuino garante de la condición dialógica de la democracia.
El autor fue jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.


Todo el mundo busca recetas contra la crisis

JOSEPH E. STIGLITZ 25/06/2008. Cortesía de Héctor Gómez Paniagua con el Boletín Virtual.

Aumentan las protestas en todo el mundo contra la galopante subida de los precios de los alimentos y los combustibles. La economía global ha entrado en un periodo de ralentización y, a consecuencia de ello, los pobres, e incluso las clases medias, ven reducirse sus ingresos. Los políticos quieren dar una respuesta a la inquietud legítima de sus votantes, pero no saben qué hacer.
Las rebajas fiscales a los ricos son un fracaso. No impulsan el ahorro ni el empleo ni el crecimiento.
La especulación inmobiliaria y financiera debe pagar más impuestos
En la campaña de las primarias presidenciales de Estados Unidos, tanto Hillary Clinton como John McCain tomaron el camino más fácil y respaldaron una posible suspensión del impuesto sobre la gasolina, al menos durante los meses de verano. Sólo Barack Obama se mantuvo firme y rechazó una propuesta que no habría hecho más que incrementar la demanda -y en consecuencia, el precio- de combustible, neutralizando así el efecto de la medida fiscal.
Clinton y McCain se equivocaban, pero ¿qué otras medidas se pueden tomar? No nos podemos limitar a hacer oídos sordos a los ruegos de quienes más sufren la crisis. Los ingresos reales de las clases medias en Estados Unidos jamás han vuelto a alcanzar el nivel que tenían antes de la última recesión económica en este país, la de 1991.
Cuando fue elegido presidente, George Bush declaró que las rebajas fiscales para los ricos remediarían todos los males de la economía norteamericana. Esas rebajas fiscales impulsarían un crecimiento cuyos beneficios llegarían a todos; una medida económica ésta que se ha puesto de moda en Europa y otras partes del mundo, pero que en Estados Unidos fue un fracaso. Se suponía que las rebajas fiscales estimularían el ahorro, pero el ahorro doméstico descendió en picado. Se decía también que fomentarían el empleo, pero la tasa de actividad es hoy menor que en la década de 1990. Y si hubo algún tipo de crecimiento, éste sólo benefició a las clases más privilegiadas.
La productividad creció durante algún tiempo, pero el crecimiento no fue el resultado de las innovaciones financieras de Wall Street. Los nuevos productos financieros no controlaban el riesgo; muy al contrario, lo aumentaban. Eran tan poco transparentes y tan complejos que ni Wall Street ni los organismos de clasificación de valores podían evaluarlos adecuadamente. El sector financiero no logró crear productos que ayudaran a la gente de la calle a controlar los riesgos a los que se enfrentaban, entre ellos el de la compra de una vivienda. Ahora millones de estadounidenses tienen un alto índice de probabilidades de perder su casa, y con ella los ahorros de toda su vida.
La verdadera clave del éxito económico de Estados Unidos es la tecnología, simbolizada en Silicon Valley. La ironía radica en el hecho de que los científicos a quienes se deben los avances que facilitaron un crecimiento basado en la tecnología y las empresas quearriesgaron el capital para financiarlo no fueron quienes se llevaron las mayores recompensas económicas en el momento álgido de la burbuja inmobiliaria. Los juegos financieros que absorben la mayor parte de la participación en los mercados eclipsan esas inversiones reales.
El mundo tiene que pensar en nuevas fuentes de crecimiento. Si se quiere basar el crecimiento económico en los avances científicos y tecnológicos, y no en la especulación inmobiliaria o financiera, habrá que reajustar los sistemas fiscales. ¿Por qué a quienes obtienen sus ingresos apostando en los casinos de Wall Street se les grava con un tipo impositivo más bajo que a quienes ganan su dinero de otras maneras? Las ganancias del capital deberían estar gravadas al menos con el mismo tipo impositivo que los ingresos ordinarios. (En cualquier caso, los rendimientos del capital gozan de un gran beneficio, pues no se gravan hasta que no se realiza la ganancia). Además, se debería aplicar un impuesto sobre beneficios extraordinarios a las compañías de gas y petróleo.
Dado que la desigualdad se ha incrementado enormemente en la mayoría de los países, parece indicado que aquellos a quienes les ha ido bien económicamente paguen más impuestos, con lo que no sólo se ayudaría a aquellos a quienes han desfavorecido la globalización y el cambio tecnológico, sino que también se paliarían las tensiones provocadas por el drástico aumento de los precios de los alimentos y de la energía. Aquellos países, como Estados Unidos, que cuentan con programas de subsidio para alimentos (ya sea en forma de cupones u otras) sin duda tendrán que incrementar las prestaciones a fin de que no se deterioren los niveles de nutrición. Y los países que todavía no los tienen tendrán que pensar en crearlos.
Dos factores desencadenaron la crisis actual: la guerra de Irak impulsó la escalada de los precios del petróleo, una escalada que, al aumentar la inestabilidad en Oriente Medio, terminó incluyendo a los proveedores a bajo precio; por otro lado, la aparición de los biocombustibles hace que los mercados agroalimentario y energético estén cada vez más imbricados. Debemos recibir con los brazos abiertos cualquier enfoque basado en fuentes de energía renovable, pero no así aquellas políticas que distorsionan la producción y distribución de alimentos. Y en Estados Unidos los subsidios al etanol extraído del maíz han contribuido más a engrosar las arcas de los productores que a reducir el calentamiento global.
Los inmensos subsidios que Estados Unidos y la Unión Europea han venido otorgando a sus agriculturas han debilitado a las de los países en vías de desarrollo, en los que sólo una parte muy pequeña de la ayuda internacional ha ido dirigida a mejorar su productividad agrícola.
La ayuda a la agricultura ha bajado del 17% del total de la ayuda al desarrollo, el máximo alcanzado, al 3% de hoy, e incluso algunos donantes internacionales exigen que se supriman los subsidios a los fertilizantes, lo que hace aún más difícil que el agricultor sin recursos pueda llegar a competir.
Los países ricos deben reducir, si no eliminar, las políticas agrícolas y energéticas que dan lugar a este tipo de distorsiones y ayudar a los países más pobres a mejorar su capacidad de producción de alimentos. Pero esto es sólo el principio: hemos tratado nuestros recursos más preciados -el agua y el aire- como si fueran inagotables.
Sólo modificando los patrones de consumo y de producción -con un nuevo modelo económico, en realidad- podremos hacer frente al problema prioritario de los recursos básicos.
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Joseph E. Stiglitz, profesor en la Universidad de Columbia, recibió el Premio Nobel de Economía en 2001. Traducción de Pilar Vázquez


El fracaso de las metas de inflación

JOSEPH E. STIGLITZ 25/05/2008

Los gobernadores de los bancos centrales del mundo son un club unido, muy dado a las modas y a las tendencias. A principios de la década de los ochenta, cayeron bajo el hechizo del monetarismo, una teoría económica simplista promovida por Milton Friedman. Después de que el monetarismo cayera en desgracia -para gran detrimento de aquellos países que habían sucumbido a él-, empezó la búsqueda de un nuevo mantra.
Hoy en día resulta muy difícil aguantar el precio de los alimentos y de la energía
La respuesta vino en forma de "metas de inflación", según las cuales siempre que el aumento de los precios supere un tope establecido se deben aumentar los tipos de interés. Esta rudimentaria receta no se basa apenas en la teoría económica o en las pruebas empíricas: no hay razón para esperar que, "independientemente de la fuente de la inflación", la mejor respuesta sea incrementar los tipos de interés. Uno espera que la mayoría de los países tengan el sentido común de no aplicar las metas de inflación; mis condolencias a los desafortunados ciudadanos de los países que lo hagan (en la lista de los que han adoptado oficialmente las metas de inflación de una u otra forma están Israel, República Checa, Polonia, Brasil, Chile, Colombia, Suráfrica, Tailandia, Corea, México, Hungría, Perú, Filipinas, Eslovaquia, Indonesia, Rumania, Nueva Zelanda, Canadá, Reino Unido, Suecia, Australia, Islandia y Noruega).
Hoy en día, las metas de inflación se están poniendo a prueba, y lo más seguro es que no la superen. Los países en vías de desarrollo se enfrentan a tasas más altas de inflación, no porque la macrogestión sea peor, sino porque el precio del petróleo y de los alimentos se está poniendo por las nubes y estos elementos representan una parte del presupuesto familiar medio mucho mayor que en los países ricos. En China, por ejemplo, la inflación está acercándose al 8% o más. En Vietnam está aún más alta y se espera que roce el 18,2% este año, y en la India es del 5,8%. En cambio, la inflación de Estados Unidos se encuentra en el 3%. ¿Significa eso que estos países en vías de desarrollo deberían aumentar sus tipos de interés mucho más que Estados Unidos?
La inflación en estos países es, en gran medida, "importada". El aumentar los tipos de interés no va a tener un impacto muy grande sobre los precios internacionales de los cereales o el petróleo. De hecho, teniendo en cuenta el tamaño de la economía de Estados Unidos, sería concebible que una recesión en ese país tuviera un impacto mucho mayor sobre los precios globales que una crisis en cualquier país en vías de desarrollo, lo que da a entender que, desde una perspectiva global, los tipos de interés que se tendrían que incrementar no son los de los países en vías de desarrollo sino los de Estados Unidos.
Si los países en vías de desarrollo siguen estando integrados en la economía global -y no toman medidas para aliviar el impacto de los precios internacionales en los precios nacionales-, los precios nacionales del arroz y de otros cereales están abocados a aumentar sobremanera cuando los precios internacionales lo hagan. Para muchos países en vías de desarrollo, el petróleo y los alimentos a precios elevados representan una triple amenaza: los países importadores no sólo tienen que pagar más por los cereales, sino que también tienen que pagar más para llevarlos hasta su país y aún más para repartirlos entre los consumidores, que puede que vivan a mucha distancia de los puertos.
El aumentar los tipos de interés puede reducir la demanda agregada, lo que es posible que ralentice la economía y frene las subidas del precio de algunos bienes y servicios, sobre todo de los bienes y servicios no comerciales. Pero estas medidas, a menos que se lleven hasta un punto intolerable, no pueden reducir por sí solas la inflación hasta los niveles estipulados. Por ejemplo, aunque la energía global y el precio de los alimentos aumentara a un ritmo más moderado que en la actualidad -por ejemplo, a un 20% anual- y esto se reflejara en los precios nacionales, para llevar la inflación general al 3%, pongamos por caso, sería necesario que los precios sufrieran una bajada acusada en otros lugares. Esto implicaría casi seguro una aguda crisis económica y un paro elevado. Sería peor el remedio que la enfermedad.
Entonces ¿qué se debería hacer? En primer lugar, no se debe culpar a los políticos -o a los gobernadores de los bancos centrales- por la inflación importada, al igual que no se pueden llevar los laureles por una inflación baja cuando la coyuntura global es propicia. Ahora se admite que gran parte de la culpa por el actual caos económico en Estados Unidos corresponde al ex presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos Alan Greenspan. Pero a veces también se le adjudica el mérito de haber mantenido una inflación baja en Estados Unidos durante su presidencia. Pero lo cierto es que en los años de Greenspan Estados Unidos se benefició de un periodo de descenso de los precios de los productos básicos y de la deflación en China, lo que contribuyó a mantener controlados los precios de los bienes manufacturados.
En segundo lugar, hemos de reconocer que unos precios elevados pueden provocar mucha tensión, sobre todo para los individuos con bajos ingresos. Las revueltas y las protestas en algunos países en vías de desarrollo son simplemente la peor manifestación de lo anterior.
Los defensores de la liberalización del comercio vendieron a bombo y platillo sus ventajas; pero nunca fueron completamente sinceros respecto a sus riesgos, frente a los que los mercados no suelen poder proporcionar un seguro adecuado. Hace más de 25 años demostré que, si las circunstancias lo permiten, la liberalización del comercio podría hacer que todo el mundo estuviera mucho peor. No estaba defendiendo el proteccionismo, sino más bien dando una nota de aviso de que teníamos que ser conscientes de los riesgos que había en contrapartida y estar preparados para enfrentarnos a ellos.
En cuanto a la agricultura, los países desarrollados, como Estados Unidos y los miembros de la Unión Europea, aíslan tanto a consumidores como a agricultores de estos riesgos. Pero la mayor parte de los países en vías de desarrollo carecen de las estructuras institucionales -o de los recursos- para hacer lo propio. Muchos imponen medidas de emergencia como impuestos o prohibiciones a la exportación, que ayudan a sus ciudadanos, pero a expensas de los de otros países.
Si queremos evitar una reacción aún más fuerte contra la globalización, Occidente debe responder con firmeza y rapidez. Las ayudas a los biocombustibles, a raíz de las cuales los terrenos se dedican a la producción de energía en vez de alimentos, se tienen que revocar. Además, algunos de los miles de millones de euros que se han invertido en subvencionar a los agricultores occidentales se deberían emplear ahora para ayudar a los países en vías de desarrollo más pobres a cubrir sus necesidades básicas de alimentos y energía.
Y lo que es más importante, tanto los países en vías de desarrollo como los países desarrollados tienen que abandonar las metas de inflación. Los esfuerzos para adaptarse al aumento de los precios de los alimentos y la energía ya son lo suficientemente difíciles de por sí. La economía más débil y el paro más elevado que traen consigo las metas de inflación no tendrán un impacto muy grande sobre la inflación; lo único que van a conseguir es que la tarea de sobrevivir en estas condiciones sea aún más ardua.
Joseph E. Stiglitz es catedrático de Economía de la Universidad de Columbia y ganador del Premio Nobel de Economía en 2001. Traducción de News Clips. © Project Syndicate, 2008.




CAPACIDADES COMPETITIVAS: MODELOS PARA RETROALIMENTACION CONTINUA

Octavio Ramirez Rojas

“ … when sizing up your company’s decision making, turn to suppliers, distributors, and customers for feed back … “
M. Gottfredson


Las capacidades competitivas de las organizaciones privadas y públicas alcanzan dos grandes niveles, el externo o de los usuarios finales y el interno o de los participantes activos.

Para efectuar el seguimiento en el nivel externo el autor del epígrafe y otros recomiendan utilizar el modelo que relaciona el rendimiento sobre los activos, RSA, con la participación relativa en el mercado, PRM, representable gráficamente así:


La PRM mide la participación relativa de su organización respecto a sus competidores, y medida en el tiempo permite mantener un diagnóstico continuo de su posición frente a dichos jugadores de su mercado.

En el frente interno, tomando como base el modelo de los recursos propuesto por A. Heredia y adaptándolo como herramienta para el seguimiento de las operaciones internas, se obtiene un modelo de cuatro fases en sistemas físicos, sistemas de gestión, conocimientos y competencias.
Los componentes de cada fase, los cuales se resumen en los gráficos siguientes, son revisados y valorados en forma continua y los resultados obtenidos comparados en el tiempo dentro de la misma organización, o comparados en cualquier momento del tiempo con terceras organizaciones.












La acción gerencial continua sobre la información producida por las herramientas citadas permitirá preservar un adecuado seguimiento y retroalimentación para alcanzar los objetivos de competitividad y valor identificados para la empresa. Es esta una de las tareas fundamentales en la gestión del Capital Intelectual de las organizaciones.


Santo Domingo, 30 de junio de 2008



El oxigeno de Ingrid


Jorge Mejía Martínez, Jorge.mejia@une.net.co

Moisés Naim, un prestigioso columnista de El País de España y Editor de Foreign Policy, una reconocida revista norteamericana, recuerda el impacto producido por Nelson Mandela dada su total falta de resentimiento y rencor hacia sus carceleros, quienes luego de 27 años de cárcel lo liberaron en 1990. De manera inmediata continuó su lucha contra el apartheid, entregado de lleno a promover la reconciliación, el perdón y el entendimiento entre los surafricanos.
Dice Naim, en la edición dominical de El País, que la semana pasada apareció una Mandela en Colombia. ¨En el helicóptero que llevaba a Ingrid Betancourt a la libertad después de más de seis años de sufrimientos también viajaban César y Gafas, dos de los líderes del grupo de las FARC a cargo de su custodia y quienes eran los responsables de muchas de las crueldades que sufrió la ex candidata presidencial. Los dos guerrilleros fueron rápidamente sometidos y esposados. "Cuando los vi allí tirados no sentí rencor. Más bien les tuve lástima", dijo Betancourt unas horas más tarde. También se preocupó por sus demás captores, quienes quedaron en la selva. Los desprevenidos guerrilleros dejaron escapar a lo más preciado que le quedaba a las FARC: una secuestrada de fama mundial a la que usaban como ficha en su cobarde y sangriento juego de póker. En las FARC los errores se pagan con la vida. Esto lo sabe Betancourt y por eso el día de su liberación insistió: "Espero que no haya ajusticiamiento por parte de las FARC a los guerrilleros que nos cuidaban y quedaron en la selva. No fue culpa de ellos, fue una operación perfecta". Los guerrilleros que "los cuidaban" y de cuya suerte Betancourt se preocupa son los mismos que cada noche la encadenaban y de día la maltrataban.¨
En la primera noche de la liberación de los 15 secuestrados, vía rescate por el Ejército de Colombia, quienes no nos despegamos del televisor después de la media noche, luego del interminable consejo comunitario del Presidente Álvaro Uribe en el Palacio de Nariño, transmitido en su totalidad por las Cadenas incluida CNN en español, nos sorprendimos al ver a Ingrid con Clara Rojas, una al lado de la otra como si nada grave hubiera pasado entre ellas, contrario a los testimonios de compañeros de cautiverio como el Policía Frank Pinchao y el Exsenador Luís Eladio Pérez. Al otro día aparecieron las dos amigas regocijadas por la compañía del niño Emmanuel. Ingrid Betancurt abandonó en la selva cualquier sentimiento contrario a agradecer el regreso a la vida. Su facilidad para olvidar las flaquezas propias de la naturaleza humana, más que una muestra de debilidad de carácter, lo que evidencia es una firmeza en las convicciones fundamentales, justificadoras de la existencia después de casi siete años de humillaciones, soledades y desesperanzas.
En todas sus intervenciones Ingrid recalca que la paz en Colombia es posible y que la negociación con las FARC es necesaria. Convocó a la comunidad internacional para la creación de una gran Liga de naciones que le ayude a los colombianos a encontrar los caminos de la reconciliación, sin desconocer a los Presidentes Chávez de Venezuela y Correa de Ecuador como ¨aliados fundamentales¨ portadores de la llave para abrir la puerta hacia la liberación de todos los secuestrados. Se escucharon aplausos y chiflidos desde la galería. A renglón seguido reiteró la exigencia lógica de que cualquier mediación internacional debe ser sobre la base del respeto a la democracia colombiana. En contravía, seguramente, del querer de su madre Yolanda Pulecio, Ingrid reconoció los méritos del presidente colombiano, aunque precisó que "esto no quiere decir que comulgue con todo lo que ha hecho el presidente Uribe…Los colombianos eligieron al presidente Uribe, no a las FARC". Ha dicho que una importante diferencia con Uribe se refiere a la relación conflicto-seguridad nacional y conflicto armado-social y la seguridad. Se mostró amiga de la segunda reelección del Presidente, aún reconociendo su poco estudio del tema. Más como una aceptación de la práctica francesa de premiar o castigar con la reelección a los gobernantes por parte de la población, dado que ¨10 años son apenas suficientes para transformar un país.¨ Nuevos aplausos y nuevos chiflidos.
Ingrid Betancurt salió de la selva para oxigenar la política en Colombia. Como estuvo casi siete años enterrada en la manigua a merced de la brutalidad de sus captores, le queda fácil al recobrar su libertad pérdida, tomar distancia de la polarización que a muchos nos asfixia entre el Uribismo furibundo y el anti Uribismo también furibundo. Como mujer inteligente y como victima que ama lo que tiene luego de haberlo perdido por más de 72 largos meses, sabe que una sociedad en paz no se construye destilando hiel y malevolencia. ¡Bienvenida, bienvenidos todos, a la libertad!



El ‘buen’ manejo de la economía
o la economía al garete


Juan Manuel López Caballero.

Con ocasión de la fuerte devaluación del dólar producida por el Presidente Uribe al atacar a la Corte Suprema y manifestar la intención de llamar a un referendo, el Ministro de Hacienda declaró sin ironía alguna que se logró el objetivo de reversar la revaluación del dólar gracias a las medidas del Gobierno.
Antes de esto, y respecto a la inquietud generalizada sobre lo que se ve como una inminente crisis económica, ya había respondido que él no sabía lo que estaba pasando.
Estas declaraciones, que a primera vista parecerían sorprendentes, no lo son, si se tiene en cuenta la condición de ‘furibista’ del funcionario.
Desde la perspectiva de quienes creen en el mesías –y con mayor razón si hacen parte de su equipo- todo lo que se pueda ver como positivo se debe a las capacidades del ‘ser superior’, y sería en efecto inexplicable que bajo su tutela pueda existir una crisis.
Y no solo por su fe sino porque ‘se comieron su propio cuento’, en el sentido de que han tomado como válidos los montajes, cambios de metodología, etc. y todo lo que han tergiversado para crear una imagen favorable de la situación económica.
Casos como el del Ministro de Agricultura, al decir que Colombia está blindada contra la crisis mundial de alimentos, muestran hasta donde se puede llegar por ese camino de negar las realidades. Es desconocer que Colombia sí tiene una dependencia del extranjero, puesto que importa más de 6 millones de toneladas de alimentos, los cuales son afectados por los precios internacionales (el simple hecho de que el Maíz como alimento de mayor consumo –directo o como base de los concentrados- depende en un 80% de las importaciones sería suficiente para mostrar lo absurdo de tal afirmación). Pero sobre todo es menospreciar que los precios no es lo mismo que la escasez; es decir que aún si se conserva un suministro similar y si tenemos la capacidad de importar las mismas cantidades, la población de menores recursos no podrá cubrir las alzas (70% en la papa y otro tanto en el arroz, por solo mencionar los básicos o insustituibles) multiplicando el hambre y la desnutrición que ya sufre nuestra población.
Eso sin tener en cuenta políticas como la de que a los renglones que al mismo tiempo son los más poderosos del sector agrícola y más beneficiados con el cambio hacia los biocombustibles -como la caña de azúcar y la palma africana- se les dan subsidios que, al mismo tiempo que los enriquecen más, desplazan la producción de alimentos en detrimento de lo que se destina al resto de la actividad del campo, haciendo subir aún más los precios.
Y, para no salir del manejo de los combustibles, nada más engañoso –por no decir falso- que el argumento de que se deben eliminar los subsidios y al mismo tiempo ajustar a los precios mundiales: los impuestos que afectan este producto son un porcentaje del precio inicial del crudo (del orden del 50%), y lo que realmente sucede es que cada alza –ya sea por ‘disminución’ del subsidio o por ajuste internacional- representa simultáneamente un aumento del impuesto en la misma proporción; o sea que en vez de compensar la eliminación del subsidio con una rebaja del monto del impuesto –o por lo menos sin aumentarlo-, éste se dobla, de tal forma que el usuario no solo está sufriendo los efectos del aumento del precio internacional sino que el Estado está beneficiándose el doble al incrementar sus ingresos en otro tanto. Y lo grave de esto es que, siendo el transporte un componente mayor de los precios en general y de los productos agrícolas en especial, este manejo impulsa el alza de los alimentos y la inflación.
La realidad a la vista es que el PIB cayó en el primer trimestre al 4% al mismo tiempo que subió el desempleo y tuvimos en junio la peor inflación de la década. La balanza comercial sigue aumentando negativamente, y lo que llamaban el atractivo para la inversión extrajera parece disminuir al ritmo en que se acaban los activos para vender, reduciéndose hoy a las exploraciones mineras.
También en esto parece desfasado el entusiasmo que atribuye a las bondades de la ‘seguridad democrática’ una gran motivación para venir a invertir en el país. La alta rentabilidad de intereses altos y de compra de empresas en remate hace que lleguen capitales extranjeros, pero no con el objetivo de desarrollar el país sino de exportar sus rendimientos: los recursos llegan una vez pero sus dividendos salen cada año. Eso hace que a la cada vez mayor balanza comercial negativa se adicione un incremento cada vez mayor de los giros al exterior (pasó de 1.430 millones de dólares a 1.851 del primer trimestre de 2007 al de 2008) con el consecuente efecto negativo en la cuenta corriente.
Sin la revaluación la inflación sería mayor, la deuda externa del Estado convertida a pesos no se habría disminuido, no se hubiera dado el menor pago por intereses para mejorar el déficit fiscal, ni se habrían disparado como sucedió los impuestos sobre las importaciones; porque todo esto beneficia las finanzas y la imagen del gobierno central no se hace nada efectivo para contrarrestar este fenómeno que destruye la capacidad productiva del país.
La demanda proveniente de la inversión extranjera y de las remesas de los exilados (cada vez más numerosos) es abastecida por los productos que a bajos precios se traen del exterior; así no solo la industria exportadora sino la que trabaja con el mercado nacional se ve golpeada por la competencia internacional; nos convertimos en una especie de modelo de maquila al revés, en la que nos llegan divisas del extranjero para comprar los productos que de afuera nos envían.
Pero es miope no darse cuenta que un modelo basado en el ingreso de divisas para estimular el consumo de bienes externos acaba nuestras industrias, que se agota cuando los bienes para la venta disminuyen, que depende en buena parte de aportes indeseables como los del narcotráfico, o de situaciones lamentables como la de la cantidad de colombianos que tienen que recurrir al camino de expatriarse.
Como miope es desconocer que son los factores externos los que han generado la aparente bonanza bajo este gobierno, y que la contribución local no fue la más positiva: en cuanto al PIB estuvimos entre los de menos crecimiento de Latinoamérica, muy por debajo del promedio; y cuando la devaluación del dólar se desbocó y tocaba contrarrestarla, fuimos el país con mayor revaluación de todos.
Por lo tanto torpe es cerrar los ojos al gran cambio que en el planeta se está produciendo, cuando prácticamente todos los factores que nos fueron favorables se están invirtiendo: el dólar perdió poder y comienza a subir sus tasas para competir con otras monedas; la demanda de los nuevos protagonistas por materias primas está acompañándose de una mano de obra barata que entra en juego en la globalización; el progreso ya no lo representa el mayor consumo de combustibles sino la disminución del mismo; la subvención americana a nuestro gobierno –sea para la guerra contra las drogas o contra el ‘terrorismo’- tiene todas las probabilidades de cambiar.
Estos son temas que afectarán el día a día de los colombianos… Pero bueno… no es este tema para hablar cuando la operación de liberación supone confirmar que no se puede tener mejor gobierno que el actual…



Las tres crisis


Ignacio Ramonet, Le Monde Diplomatique, julio de 2008.

No había ocurrido jamás. Por vez primera en la historia económica moderna, tres crisis de gran amplitud -financiera, energética, alimentaria- están coincidiendo, confluyendo y combinándose. Cada una de ellas interactúa sobre las demás. Agravando así, de modo exponencial, el deterioro de la economía real.
Por mucho que las autoridades se esfuercen en minimizar la gravedad del momento, lo cierto es que nos hallamos ante un seísmo económico de inédita magnitud. Cuyos efectos sociales apenas empiezan a hacerse sentir y que detonarán con toda brutalidad en los meses venideros. Lo peor nunca es seguro y la numerología no es una ciencia exacta, pero el año 2009 bien podría parecerse a aquel nefasto 1929...

Como era de temer, la crisis financiera sigue agudizándose. A los descalabros de prestigiosos bancos estadounidenses, como Bear Stearns, Merrill Lynch y el gigante Citigroup, se ha sumado el desastre reciente de Lehman Brothers, cuarta banca de negocios que ha anunciado, el pasado 9 de junio, una pérdida de 1.700 millones de euros. Por ser su primer déficit desde su salida en Bolsa en 1994, esto ha causado el efecto de un terremoto en una América financiera ya violentamente traumatizada.
Cada día se difunden noticias sobre nuevos quebrantos en los bancos. Hasta ahora, las entidades más afectadas han reconocido pérdidas de casi 250.000 millones de euros. Y el Fondo Monetario Internacional estima que, para salir del desastre, el sistema necesitará unos 610.000 millones de euros (o sea, el equivalente de ¡dos veces el presupuesto de Francia!).
La crisis comenzó en Estados Unidos, en agosto de 2007, con la morosidad de las hipotecas de mala calidad (subprime) y se ha extendido por todo el mundo. Su capacidad de transformarse y de extenderse mediante la proliferación de complejos mecanismos financieros hace que esta crisis se asemeje a una epidemia fulminante imposible de atajar.
Las entidades bancarias ya no se prestan dinero. Todas desconfían de la salud financiera de sus rivales. A pesar de las inyecciones masivas de liquidez efectuadas por los grandes bancos centrales, nunca se había visto una sequía tan severa de dinero en los mercados. Y lo que más temen algunos ahora es una crisis sistémica, o sea que el conjunto del sistema económico mundial se colapse.
De la esfera financiera la crisis se ha trasladado al conjunto de la actividad económica. De golpe, las economías de los países desarrollados se han enfriado. Europa (y en particular España) se halla en franca desaceleración, y Estados Unidos se encuentra al borde de la recesión.
Donde más se está notando la dureza de este ajuste es en el sector inmobiliario. Durante el primer trimestre de 2008, el número de ventas de viviendas en España cayó el ¡29%! Cerca de dos millones de pisos y de chalets no encuentran comprador. El precio del suelo sigue desmoronándose. Y el alza de los intereses hipotecarios y los temores de recesión hunden el sector en una espiral infernal. Con feroces efectos en todos los frentes de la enorme industria de la construcción. Todas las empresas de estas ramas se ubican ahora en el ojo del huracán. Y asisten impotentes a la destrucción de decenas de miles de empleos.
De la crisis financiera hemos pasado a la crisis social. Y vuelven a surgir políticas autoritarias. El Parlamento Europeo ha aprobado, el pasado 18 de junio, la infame "directiva retorno" (1). Y las autoridades españolas ya han proclamado su voluntad de favorecer la salida de España de un millón de trabajadores extranjeros...
En medio de esta situación de espanto se produce el tercer choque petrolero. Con un precio del barril en torno a los 140 dólares. Un aumento irracional (hace diez años, en 1998, el barril costaba menos de 10 dólares...) debido no sólo a una demanda disparatada sino, sobre todo, a la acción de muchos especuladores que apuestan por el alza continua de un carburante en vías de extinción. Los inversores huyen de la burbuja inmobiliaria y desplazan masas colosales de dinero porque apuestan ahora por un petróleo a 200 dólares el barril. Se está así produciendo una financiarización del petróleo.
Con las consecuencias que vemos: formidable subida de los precios en las gasolineras, y estallidos de ira por parte de pescadores, camioneros, agricultores, taxistas y todos los profesionales más afectados. En muchos países, mediante manifestaciones y enfrentamientos, estas profesiones reclaman a sus Gobiernos ayudas, subvenciones o reducciones de la fiscalidad.
Por si todo este contexto no fuese lo bastante sombrío, la crisis alimentaria se ha agravado repentinamente y ha venido a recordarnos que el espectro del hambre sigue amenazando a casi mil millones de personas. En unos cuarenta países, la carestía actual de los alimentos ha provocado levantamientos y revueltas populares. La Cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) del pasado 5 de junio en Roma sobre la seguridad alimentaria fue incapaz de alcanzar un acuerdo para relanzar la producción alimentaria mundial. También aquí, los especuladores en fuga del desastre financiero tienen una parte de responsabilidad porque apuestan por un precio elevado de las futuras cosechas. De modo que hasta la agricultura se está financiarizando.
Éste es el saldo deplorable que deja un cuarto de siglo de neoliberalismo: tres venenosas crisis entrelazadas. Va siendo hora de que los ciudadanos digan: "¡Basta!".

Notas:
(1) Sami Naïr, "Europa se blinda ante los inmigrantes", El País, Madrid, 18 de junio de 2008.




UNA LEGISLATURA DE TRÁMITE

Amylkar D. Acosta M1
La legislatura que acaba de concluir es de aquellas que, como se dice en el argot deportivo, son sólo de trámite, por lo intrascendente, por lo insulsa y anodina de sus deliberaciones. Su último período estuvo además antecedido de la convocatoria de unas sesiones extras efímeras de tan sólo 4 días, que iban del 11 al 15 de febrero, con una cargada agenda de 16 proyectos de Ley, al tiempo que paradójicamente el Presidente exhortaba al Congreso a concentrarse en los proyectos económicos mientras el gobierno se dispersa con tal profusión de proyectos para tan corto tiempo. Pero, lo más simpático es que el gobierno terminó retirando varias de sus iniciativas, sin que estas hubieran iniciado su trámite siquiera, es el caso de la Ley forestal y la relativa a la creación de zonas libres de segunda vivienda. Este hecho se repetiría ya en las sesiones ordinarias del segundo período de la última legislatura con la Reforma política; después que la radicó se las apañó para que al mejor estilo del filibusterismo teodolindano su bancada terminara hundiéndola por trámite. Esta reforma, supuestamente, estaba encaminada a que el tan cuestionado Congreso de la República, que se debate entre la ilegitimidad y la falta de representatividad, se autoreformara. Con este ya son 16 intentos de reforma del quehacer de la política y de las prácticas electorales, la mayoría de ellas de origen parlamentario, que han terminado en el fracaso.
Pudieron más las trapisondas y las maniobras de baja estofa que los buenos propósitos y allí siguen apoltronados los suplentes de quienes han renunciado al fuero por sus problemas con la Justicia y/o por estar vinculados a la investigación de la parafarpolítica han sido suspendidos en el ejercicio de sus funciones. Ya asciende a 63 los investigados y 33 los cobijados con medidas de aseguramiento sin beneficio de excarcelación, la gran mayoría de ellos pertenecientes a la coalición de gobierno. La Constituyente de 1991 perdió su tiempo aboliendo las suplencias, pues estas han retornado con renovada fuerza; en este período que concluyó circularon por el Congreso más de 367 parlamentarios cuando los elegidos fueron sólo 268. Pero, lo más aberrante es que algunos de tales suplentes se arrogan la representación que no les dio el elector, en este Congreso que día a día se desvanece, con un número de sufragios rayano en la ridiculez. Es el caso, a guisa de ejemplo, del suplente del ex Senador Miguel De la Espriella, Ricardo Ariel Elcure, que llega a ocupar su curul con escasos 4.017 votos; o el suplente del ex Representante Alfonso Campo Escobar, Victor Julio Vargas, con 2.907 voticos. No hay que devanarse los sesos, entonces, para entender por qué el Congreso de la República es una de las instituciones más vilipendiadas y desprestigiadas del país.
Luego del entierro de tercera que le dieron a la Reforma Política, so pretexto de que la misma con la “Silla vacía” desconocía el debido proceso de la parapolítica, el gobierno optó por crear una Comisión de Notables, para que fuera esta la que se ocupara de ella, con lo cual este amedrentado Congreso quedó no sólo en condiciones de interinidad, sino además desplazado en sus funciones y competencias. Pero, a poco andar, como efecto colateral del choque de trenes entre el gobierno y la Corte Suprema de Justicia por cuenta de la yidispolítica, dicha Comisión fue relegada a un segundo plano, pues su objeto queda subsumido en los meandros de un Referendo Express del cual va a ocupar el gobierno al Congreso de la República en el período de sesiones que se inician el próximo 20 de julio, si es que el Presidente de la República insiste en su convocatoria. También se deberá ocupar el Congreso, si es que le queda tiempo para ello, del cúmulo de proyectos que harán tránsito de la anterior legislatura a esta otra. Según el programa Congreso Visible2, de 400 proyectos que fueron presentados, 86% fueron de iniciativa oficial, de los cuales se aprobaron 20 (¡!) y seguirá su trámite el 62% de ellos; entre tanto, de los de iniciativa parlamentaria se aprobaron 30 y sólo el 25% de los otros pasan a la próxima legislatura, los demás fueron archivados.
En medio de la abulia y el desdén legislativo cabe descollar algunas iniciativas que se salvaron de la modorra imperante en el Capitolio. Se destaca el proyecto de Ley de reparación integral de las víctimas del Senador Juan Fernando Cristo, la cual fue aprobada pese a la feroz oposición del reticente ex ministro del Interior, Carlos Holguín, que tuvo frente a ella los reparos de índole fiscal que no tuvo cuando se tramitaron los beneficios para los desmovilizados de las AUC. Es decir, cicatero con las víctimas y generoso con los victimarios, habrase visto? Un proyecto que revestía la mayor importancia para el gobierno, de cara a la ratificación del TLC en el Congreso de los EEUU era el de la parafiscalidad de las cooperativas de trabajo asociado, que fue finalmente aprobado. Otro proyecto de la mayor importancia y trascendencia que pasó para sanción presidencial es el que establece el Comparendo ambiental, el cual le pone dientes al régimen sancionatorio para meter en cintura a los depredadores del medio ambiente. Y, por último, podemos decir que el Proyecto de Ley También lograron salir aprobados y en algunos casos ratificados varios tratados internacionales, especialmente de comercio. Lo demás se quedó en leyes de honores y en la creación de estampillas en beneficio de alguna causa cualquiera. Por lo demás, los debates de control político fueron pocos pero interesantes, los cuales versaron especialmente sobre la crisis de las relaciones de Colombia con sus vecinos y sobre el desempeño de la economía, particularmente sobre las decisiones tomadas por el Banco de la República para enfrentar los amagos de estanflación de la economía y la revaluación del peso frente al dólar.
Bogotá, julio 6 de 2008
www.amylkaracosta.net

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